La miel está compuesta principalmente de azúcares, entorno al 78-80%, y sólo un 17-18% de agua. Por tanto, al igual que cualquier azúcar libre su ingesta debería quedar reducida a un 10% o menos de la ingesta total diaria de una persona (por ejemplo: si ingerimos diariamente unas 2000 Kcal, la ingesta de azúcares libres debería ser como máximo 50 gramos al día).
Es verdad que a diferencia del azúcar, la miel presenta minerales y vitaminas, aún así es en muy pequeñas cantidades y esto no quiere decir que se pueda consumir sin medida.
Siempre he pensado que “todo en exceso es malo” y que cualquier producto, por muy sano que sea, si se abusa puede llegar a ser perjudicial.
La miel, al igual que cualquier otro alimento, podría ser consumida pero siempre con moderación, pues en cuanto a composición tanto la miel como el azúcar cumplen la misma función: elevar los niveles de glucosa en sangre.
En conclusión, si optamos por endulzar nuestros platos con miel que sea porque nos guste su sabor y textura, y no porque pensemos que sea la alternativa saludable al azúcar, ya que ambas nos aportan azúcares libres que en exceso aumentarán los riesgos de padecer enfermedades como: DM, HTA, obesidad, etc.